Editorial

Durante la última década, ha aumentado la competencia entre trabajadores con estudios superiores en el mercado laboral. Como se menciona en la 3ª entrega de la serie del BID “El futuro el trabajo en América Latina y el Caribe” (2019), dicho aumento de la población con mayor nivel educativo no ha sido acompañado por un aumento suficiente de empleos en ocupaciones de conocimiento. Ello ha obligado a muchos nuevos universitarios en la región latinoamericana a dedicarse a trabajos manuales.

Esta tendencia, permite abrir una discusión sobre el tipo de profesiones y oficios a los que la Educación Superior dirige sus esfuerzos mientras mantiene su sustentabilidad.   

Dependiendo de cada país y contexto, no todas las profesiones y oficios demandados resultan prestigiosos o atractivos entre los jóvenes. Ello aumenta la competencia en áreas profesionales prestigiosas, y genera escases de profesionales de buena calidad en áreas de gran necesidad y no automatizables como, por ejemplo, docencia o geriatría.

Además de este desbalance entre profesiones requeridas para el desarrollo y las demandadas por los jóvenes, en Venezuela venimos encontrando que la combinación entre las tendencias globales y la falta de oportunidades laborales y crecimiento profesional, genera suspicacia  sobre la formación a largo plazo como inversión.  Las opciones cortas se perciben como más accesibles y de menos compromiso, permitiendo experimentar y modificar el rumbo rápidamente, o bien capitalizar en el corto plazo certificaciones cortas sobre herramientas concretas; en Venezuela u otras latitudes.

Parece que la subsistencia superó en prioridad a la formación profesional, poniendo a prueba la educación como un valor, mientras va quedando reducida a una herramienta funcional en el mejor de los casos. Como tal, el joven procurará buscar las herramientas más prácticas y económicas, sin que la calidad académica sea un determinante en sus decisiones (que luce deseable más no necesaria).

Ente este escenario, los sectores educativos, de gobierno y productivos, tendrán que revisar sus formas de promocionar y hacer atractivas ofertas que no suelen tener reconocimiento ni prestigio social.

El reto de las universidades será integrar líneas de formación Pregrado-Postgrado-Cursos de Actualización, que crezcan de la mano con inversión en nuevos sectores. La universidad tendrá que aprender a integrar y ser bisagra entre la inversión del Estado, la inversión privada y el futuro joven profesional. La universidad deberá funcionar como asesor y catalizador, del proceso de profesionalización de áreas, que hasta ahora no se perfilan como prestigiosas ni lucen rendidoras económicamente.

Si las universidades se limitan a competir por ofertas conocidas y populares solo procurando cubrir su nómina, terminarán seguramente vendiendo cursos que el prestigio y el comercio dictaminen, quedando atrás ante la posibilidad de innovar. La universidad como institución tiene la oportunidad histórica de ser asesor del país y de futuros profesionales. Debe innovar y arriesgarse creando líneas de formación realmente necesarias para el desarrollo de la nación, rentables para el sector privado y para quienes decidan ejercerlas. Todo un reto.

Gabriel Wald
Mayo de 2022